Yo
recién llegaba a Bariloche, 9 de Julio y año 60. Justo necesitaban
un boletero en la empresa concesionaria del cerro. Por lo tanto vivía
en la nieve observando a la gente esquiar. Bien, algunos esquiaban y
otros se caían, de todas maneras era mas divertido que la oficina de
Buenos Aires, siempre me pregunté porque semejante nombre en un
lugar donde costaba respirar. Yo tomaba impulso y trataba de que a
través de mi nariz y en camino hacia los pulmones entrara la mayor
cantidad de aire posible. Era lo mismo que tragar un batido de
vinagre, limón, y algo de papel de lija, eso si grano grueso.
Yo
no quiero comparar nada. Acá observaba a la gente que venia a
esquiar. Estaba sumergido en la nieve y ansiaba ponerme un par de
esquíes.
A
última hora de la tarde, ya rendida la recaudación del día, me
quedaba a charlar con los patrulleros. Estos volvían de la cumbre
con una sonrisa que les partía la cara en dos. Hablan todos al mismo
tiempo, recuerdan sucesos del día : la señorita que les pedía
consejos, el traslado del tipo con fractura de tibia y así un
montón de anécdotas. En un momento de silencio me animé y pregunté
si alguien me podía enseñar. El silencio se infló como un globo de
cumpleaños a punto de estallar. Todas las miradas se enfocaron en mi
persona. Confieso que me sentí como una mariposa clavada con un
alfiler en un cartón.
Vení
que esto es fácil. Mañana empezamos.
Al
día siguiente la mañana amaneció mas linda que nunca, el aire
estaba tan helado que crujía cuando caminaba. Levanté la vista y
una agradable sensación de poder me envolvía. Imaginaba
deslizándome sobre la nieve, calculaba el grado de giro de la
primera curva, con toda la atención puesta en la próxima y así me
deslizaba casi, casi como los cóndores que volaban allá alto en la
cordillera. Y finalmente llegó la hora de probar mis ímpetus.
El
sol estaba a un paso de cruzar la cordillera. Todos los patrulleros
estaban esperándome. Cuando los vi, una sensación de orgullo
invadió mi ánimo. Entre todos me ayudaron a vestirme de esquiador.
Unas largas maderas estaban atadas a mis pies, Un gorro de lana,
negro, casi me tapaba los ojos. Gruesos guantes de lana mimaban mis
manos. Los cóndores trazaban círculos en el azul.
Vení
que esto es fácil. Tres tipos iban delante mio conduciéndome, tres
venían detrás mio protegiéndome. Cuando dejamos el plano, la
pendiente se transformó en algo concreto, algo oscuro, miré hacia
abajo y el corazón se derritió como chocolate caliente.
Vení
que esto es fácil. Apenas mis oídos captaron el significado de
estas palabras, apenas mi cerebro podía decodificar el significado
de “esto es fácil”. Mis ojos abiertos como plato hondo alcanzan
a ver que el camino desaparece a la izquierda, mi corazón se
detiene. En la antigüedad el horizonte era el lugar temido, era la
cueva de los dragones, el lugar donde se iniciaba la caída.
Veni
que esto es fácil me digo. Y tomo la curva, a mi derecha pasan
arbustos, cañas coligues, la pared de granito, salgo de la curva y
comienzo a distenderme, veni que esto es fácil me digo.
Ya
la pista se declara fácil. Las curvas han quedado atras, las
pendientes han perdido vertiginosidad. Son los últimos cien metros,
al final de la recta diviso a los patrulleros, atentos a mi ingreso a
la gloria, atentos a mi primera vez, me parece escuchar un "VAMOS
QUE ESTO ES FACIL" y allá voy.
Me
acerco rápidamente a una especie de lomo de burro que cruza mi
trayectoria. Alla voy. La punta de mi esquies entran en contacto con
el lomo, se elevan y yo con ellos, atado a mi destino. El cielo azul
comienza a pintarse en mis ojos, veo fugazmente a los condores que
miran inquisitivamente. La ascención comienza a perder impulso, un
pestañeo, un suspiro, un segundo y voy hacia abajo. Mi espalda se
acomoda violentamente sobre la superficie de la pista helada, los
anteojos y el gorro buscan un lugar donde refugiarse, los esquies
prosiguen su trayectoria como si nada hubiera pasado, Los condores
miran excépticos mi primer intento de vuelo, sus pichones lo hacen
mejor.
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