viernes, 28 de octubre de 2016

Ciudades

Hace tres años vivía en la ciudad autónoma de Buenos Aires. Hermosa mega ciudad que encierra gran cantidad de historias de vida apasionantes, antiguos edificios con belleza superlativa y modernos que parecen llegar al cielo. Calles y barrios de antaño que aun hoy resisten el paso del tiempo, enormes espacios verdes que invitan a deportistas, paseadores y gente que quiera disfrutar de un día al aire libre. Conviven allí, hoteles lujosos con villas carenciadas separados solo por vías de ferrocarril.
Realmente una hermosa ciudad, aun así, hace tres años vine para San Carlos de Bariloche.
Ciudad bellísima y la antítesis de mi origen, aquí encontré, la inmensidad y poderío que tiene la naturaleza, la calma que da mirar el lago, la pequeñez del ser humano ante la grandeza de las montañas que nos rodean y la tranquilidad que tiene la gente, sin apuros ni corridas.
Bellos paisajes, lagos, montañas, y parajes conforman un espectáculo maravilloso que nos hacen llenan el alma y el espíritu.
Siendo un ente de ciudad, acostumbrada a las corridas, al tiempo perdido de ir de un lugar a otro de la ciudad para asistir al trabajo, al bullicio de los bocinazos por estancamiento del transito, a la indiferencia de la gente en los colectivos y la calle, los piquetes paralizantes de un cuarto de ciudad, y a un sin fin de estados, ¿que fue lo que hizo que viniera a la paz de la Patagonia Argentina ? , una sola palabra lo define “mi hija”.
Si, ella vino a estudiar y decidió quedarse, con lo cual, apenas deje de trabajar, me vine corriendo después de seis años de estar separadas físicamente, y ahora, disfruto plenamente junto a lo mas bello que la vida me regalo, mi hija.
Maria






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