Hace tres años
vivía en la ciudad autónoma de Buenos Aires. Hermosa mega ciudad
que encierra gran cantidad de historias de vida apasionantes,
antiguos edificios con belleza superlativa y modernos que parecen
llegar al cielo. Calles y barrios de antaño que aun hoy resisten el
paso del tiempo, enormes espacios verdes que invitan a deportistas,
paseadores y gente que quiera disfrutar de un día al aire libre.
Conviven allí, hoteles lujosos con villas carenciadas separados solo
por vías de ferrocarril.
Realmente una
hermosa ciudad, aun así, hace tres años vine para San Carlos de
Bariloche.
Ciudad bellísima y
la antítesis de mi origen, aquí encontré, la inmensidad y poderío
que tiene la naturaleza, la calma que da mirar el lago, la pequeñez
del ser humano ante la grandeza de las montañas que nos rodean y la
tranquilidad que tiene la gente, sin apuros ni corridas.
Bellos paisajes,
lagos, montañas, y parajes conforman un espectáculo maravilloso
que nos hacen llenan el alma y el espíritu.
Siendo un ente de
ciudad, acostumbrada a las corridas, al tiempo perdido de ir de un
lugar a otro de la ciudad para asistir al trabajo, al bullicio de los
bocinazos por estancamiento del transito, a la indiferencia de la
gente en los colectivos y la calle, los piquetes paralizantes de un
cuarto de ciudad, y a un sin fin de estados, ¿que fue lo que hizo
que viniera a la paz de la Patagonia Argentina ? , una sola palabra
lo define “mi hija”.
Si, ella vino a
estudiar y decidió quedarse, con lo cual, apenas deje de trabajar,
me vine corriendo después de seis años de estar separadas
físicamente, y ahora, disfruto plenamente junto a lo mas bello que
la vida me regalo, mi hija.
Maria
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